En el corredor fresco, que los valles domina,
a pequeñas puntadas coso la blanca tela;
de vez en cuando miro la paloma que vuela
y el insecto de oro en la tenue cortina.
Se me acercan, descalzos, deliciosos chiquillos,
y en su nariz pequeña, de transparente cera,
mi dedal se introduce. Reímos. Uno espera
a mi lado con una canasta de membrillos.
Grandes cactus sedientos sobre arenas doradas,
y cigarras sonoras, y piedras calcinadas,
se asoman a mis largas siestas, sin que concluya.
Este lento desfile de puntos por mis manos.
Y a ratos, en el aire que impregnan los manzanos,
van y vienen dos frases: Eres mía. Soy tuya.
de Alfonsina Storni