Enrique Wernicke

Nació en Buenos Aires, en 1915. Durante su vida realizó los más diversos trabajos para poder realizar su vocación de escritor. Fue periodista, agricultor, titiritero, publicitario y, sobre todo, fabricante artesanal de soldaditos de plomo.

Instalado en la ribera, norte del Gran Buenos Aires –por entonces inundable y donde se escenifican gran parte de sus textos–, fue alcohólico hasta el día de su muerte y supo convocar en torno a sí a buena parte de la izquierda intelectual de los años ’50 y ’60.

Su obra narrativa es copiosa:

Palabras para un amigo (1937);

Hans Grillo (1940), Premio Municipal de Literatura;

Función y muerte en el cine ABC (1940);

El señor cisne (1947), Faja de Honor de la SADE;

La tierra del bien-te-veo (1948);

Chacareros (1951);

La ribera (1955), Premio de la Dirección de Cultura de Buenos Aires;

Los que se van (1958)

El agua (1968), Premio Nacional de Literatura (Mención póstuma).

Cultivó también la poesía:

El capitán convaleciente y otros poemas distintos (1938)

Y el sainete:

Sainetes contemporáneos (Mejor autor 1963, distinción otorgada por la Asociación Críticos Teatrales).

Juan Carlos Castagnino y Carlos Alonso ilustraron algunos de sus libros

Hace pocos años, Editorial Colihue publicó una antología de sus cuentos.

Wernicke fundó un estilo, basado en el laconismo y en la descripción de vidas ordinarias, que años más tarde, y de la mano de autores norteamericanos como Raymond Carver, sería bautizado "minimalista".

Como legado dejó, además de su obra de ficción, un diario de 1500 páginas, titulado Melpómene, que aún continúa casi totalmente inédito en el que se vuelcan tanto sus frustraciones personales como sus dudas, sus furias, sus incertidumbres y opiniones crispadas sobre el trabajo literario.

Recluido en la costa, Wernicke eligió ese paisaje del río como territorio íntimo y mítico mientras su escritura se iba afilando cada vez más en cuentos más cortos. A medida que avanzaba en el arte del cuento, su impronta “realista” se fue borrando en función de la asepsia y la neutralidad simbólica como sellos personales.

Si bien en sus comienzos puede advertirse la relación entre la trama y una paradoja, la “enseñanza”, proveniente de su producción de relatos para chicos, Wernicke fue depurando con obstinación todo atisbo de mensajismo.

En su brevedad y despojamiento, sus cuentos aspiran cada vez con mayor precisión al insight. Y, en su modo, anticipan los relatos últimos de Miguel Briante, otro marginal de circuitos y modas literarias, que supo conseguir con sus narraciones verdaderas piezas poéticas en las que el acento campero se entrevera con un decir firme y definitivo.

Rescatados del olvido en una edición completa, los cuentos de Wernicke confirman su dones. Necesaria, imprescindible, esta edición, un auténtico acontecimiento, viene a probar el cuidado de orfebre que Wernicke le dedicaba a cada cuento. “Jamás imaginé que las palabras tuvieran un poder semejante”, anotó en su diario. “Apenas si voy por la mitad del cuento y siento como si me hubiera pasado toda la vida en este campo.” Su arte consiste en una persecución constante de la síntesis.

Los Cuentos completos de Wernicke comprenden Función y muerte en el cine ABC (1940), Hans Grillo (1940), El señor cisne (1947), Los que se van (1957) y su producción posterior.

2 comentarios:

Mica dijo...

Gracias! Me Ayudo mucho.

Anónimo dijo...

gracias, me ree sirvio para la escuela, te lo agradezco muuuucho!!

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