Camino a los paredones

En la greda reseca ni una sola gramilla.
A un lado el alto nudo de las sierras y enfrente
otro muro de piedra, oxidada y caliente.
Y el cielo casi verde. Y la tierra amarilla.

El espino. Palmeras negras, rotas, quemadas,
sobre el plano arenoso. No hay aves. Un profundo
silencio. En las laderas grandes piedras echadas.
Y algo del primitivo cataclismo del mundo.

En el largo crepúsculo de las tardes serranas
aquellos bultos pétreos toman formas humanas
y animales: un indio, una lanza, algún potro.

Y los nervios tirantes, los ojos y el oído,
miedosamente esperan ver, de un momento a otro,
levantarse las piedras, volar el alarido.

de Alfonsina Storni
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