Abelardo Ramos

Jorge Abelardo Ramos fue un político, historiador y escritor argentino, creador de la corriente política e ideológica llamada Izquierda Nacional, de notable influencia intelectual en Argentina, Uruguay, Bolivia y Chile.

Nació en la ciudad de Buenos Aires, en 1921 y murió, también en Buenos Aires, en 1994.

Dueño de una extraordinaria y singular personalidad y pese a su aspecto poco criollo, pelirrojo -que le hizo ganar el inevitable sobrenombre de El Colorado- y pecoso, era descendiente de criollos por el lado paterno: su abuelo había sido un hombre de a caballo, un payador ácrata de fines del siglo XIX que, en los caminos del canto y de la militancia libertaria conoció y se casó con una institutriz alemana en una estancia de la provincia de Buenos Aires. De ese matrimonio entre un payador gaucho anarquista y una institutriz alemana nació Nicolás Ramos, el padre, también anarquista, de Jorge Abelardo Ramos, quien se casó con doña Rosa Gurtman, una muchacha de la clase media, judía, porteña, hija de socialistas austríacos y adscripta ella misma a las ideas del socialismo.

Influído por el ambiente familiar y por la lectura del escritor anarquista español, radicado en Paraguay, Rafael Barrett, adopta en su adolescencia las ideas de su padre. Participa, a mediados de la década del treinta, de una importante huelga de estudiantes secundarios que le vale la expulsión del colegio. A poco de estos acontecimientos Jorge Abelardo Ramos comenzó a acercarse a los pequeños grupos trotskistas que se organizaban en Buenos Aires. Era lo que en la historia argentina se conoce como la Década Infame: un período de fraude electoral, de predominio conservador y de sumisión económica al Reino Unido. Estos grupos trotskistas debían su existencia a la energía y la billetera de Liborio Justo, hijo del presidente fraudulento de la República, general Agustín P. Justo.


El ambiente político e intelectual de la época
La generación de Jorge Abelardo Ramos se inicia en la política con los resplandores de la Revolución Rusa y con el dramático espectáculo de la dolorosa Guerra Civil Española. En 1930 el prodigioso movimiento de la Revolución Rusa había sido dominado y cerrado por el sistema burocrático encabezado por José Stalin. Toda la generación de revolucionarios que había participado de manera directa en las jornadas de 1917 y los años inmediatos posteriores habían sido eliminados por la policía secreta de Stalin o estaban sepultados en ignotas mazmorras. El partido de Lenin se había convertido en una organización burocrática piramidal, en la que ya no se discutía sino que se escuchaban las revelaciones prodigiosas del gran timonel que era José Djugashvilli –Stalin-. Todo debate había desaparecido por completo. Esta situación -que tenía, por lo menos, un principio de justificación en las condiciones de asedio imperialista en que se encontraba la reciente Revolución Rusa- era imitado meticulosamente por todos los partidos comunistas del mundo, que no estaban sitiados por ningún cerco imperialista.

Aplicaron, entonces, los mismos criterios policíacos habituales en la Unión Soviética. El pensamiento crítico del marxismo que había iluminado a las generaciones de Lenin y de Trotsky había sido convertido en un catecismo, en el que no cabía ninguna discusión. Esto resultaba intolerable para cualquier persona de veinte años que quisiera cambiar el mundo y tuviera respeto por la inteligencia humana.

A eso se le sumaba, en la Argentina, la adscripción del comunismo local a la tradición liberal portuaria heredada del Partido Socialista. Por otra parte, el altísimo componente extranjero de obreros inmigrantes, de las primeras organizaciones de trabajadores y militantes, tanto socialistas como comunistas, los alejaban de toda tradición nacional. El Secretario General del Partido Comunista, en ese entonces y por largos años, era un individuo que hablaba con el acento que en Argentina se conoce como “cocoliche”, Vittorio Codovilla.

En ese momento, el trotskismo aparece como una posibilidad intelectual de descubrir que había, más allá de la estolidez staliniana, un mundo de ideas que todavía podía florecer. Todo esto en medio de una enorme presión política, ya que el Partido Comunista no vacilaba en apelar a la calumnia, a la descalificación, a la delación policial contra aquellos que disintieran con la línea oficial establecida por Moscú, y a considerar a los trotskistas, no como militantes políticos con los que se mantenía una disidencia, sino como lunáticos, dementes o provocadores policiales.


El peronismo y la revolucionaria interpretación de la Izquierda Nacional
De esta atmósfera política surge –al aparecer Perón en 1945- el pequeño grupo de inspiración trotskista que interpreta de una manera radicalmente distinta el nuevo fenómeno nacido el 17 de octubre de aquel año. Esta interpretación va a confrontar con la totalidad de las explicaciones que el pensamiento de izquierda daba sobre el peronismo.

La base de este pensamiento es:

Primero, la Argentina es un país semicolonial, o sea un país dependiente, oprimido por el imperialismo y, por lo tanto, no se pueden aplicar mecánicamente los instrumentos intelectuales generados para interpretar y transformar revolucionariamente la realidad del mundo imperialista.
Segundo, quienes salieron a la calle a defender al coronel Perón ese 17 de Octubre, era la clase obrera, no “murgas de lúmpenes desclasados”, como los calificó el periódico filocomunista “Propósitos”; era la clase que, según los marxistas, liberaría a la humanidad de la sociedad de clases, los agentes de la revolución socialista.
Y tercero, esos trabajadores marchaban detrás de un jefe que no era un dirigente obrero socialista formado en la Tercera Internacional, sino un coronel nacionalista.

A partir de estas observaciones se buscó dar respuesta a la nueva realidad. Un joven abogado santafesino, Aurelio Narvaja, comienza a reflexionar sobre la naturaleza históricamente progresista del peronismo y sobre el carácter de clase del 17 de octubre. Narvaja lideraba un pequeño movimiento llamado “Frente Obrero”. Paralelamente a “Frente Obrero”, el joven Jorge Abelardo Ramos publica la revista “Octubre”. Desde esta publicación Ramos, coincidente aunque independiente de Narvaja, comienza a elaborar su reflexión y su pensamiento políticos.


La obra literaria

El principal aporte intelectual de Jorge Abelardo Ramos al pensamiento político argentino es su ineludible caracterización del peronismo: cómo y por qué los trabajadores argentinos se encolumnaron detrás de un coronel nacionalista y llevaron adelante un gran movimiento cuya tarea no era la socialización de los medios de producción, sino la creación de un capitalismo autárquico e independiente. Conjuntamente con esta definición, Ramos sostenía que era el deber de los socialistas apoyar con independencia la revolución nacional en curso. Esta difícil tarea fue llevada adelante por Jorge Abelardo Ramos a través innumerables artículos, notas periodísticas, reportajes, conferencias y de libros.


A los veintiocho años –en 1949, durante el gobierno peronista- publica “América Latina: un país”. El libro habla muy poco de América Latina. Habla mucho de Argentina y de su historia. Pero tiene una particularidad singular. Con la capacidad de síntesis casi publicitaria que caracterizaba la pluma y el ingenio de Jorge Abelardo Ramos, plantear, en 1949, que América Latina es “un país”, era absoluta, radical y totalmente novedoso. En las condiciones de la balcanización latinoamericana, en 1949 no se podía pensar que América Latina constituía un solo país. Y mucho menos imaginarse que lo había sido. Es un libro inicial. Establece dos tesis centrales: que la Argentina es un país semicolonial, sometido al Reino Unido y que es tan sólo una provincia de un país inmenso: América Latina. En este pequeño librito de 250 páginas estaban comprimidos sus otros dos libros fundamentales. La madurez política le permitiría desarrollarlos. Pero ya, en 1949, “América Latina: Un país” planteó el eje central de su legado intelectual y político.


Literatura Argentina

Poco después publica –siempre durante el gobierno peronista- otro trabajo que tuvo un efecto explosivo en los ambientes intelectuales y literarios porteños de aquel entonces: “Crisis y resurrección de la literatura argentina”, un libro de 1954. El libro causó este efecto porque el autor lanzó una crítica inédita e implacable a dos figuras de la cultura oficial argentina: Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada. “Crisis y resurrección de la literatura argentina” no es una obra de crítica literaria. Es una obra política de crítica a la cultura política oficial argentina. No está destinada a discutir las cualidades literarias de Borges o de Martínez Estrada, sino a discutir y criticar el peso que las concepciones de Borges y de Martínez Estrada tenían sobre el conjunto de la sociedad. El libro establece un nuevo campo a la crítica de Ramos sobre la realidad argentina: la lucha cultural. Establece el principio de que, en un país semicolonial, la lucha por la liberación se libra, en gran parte, en la cabeza de los oprimidos de ese país. Sostiene además que, para cambiar las condiciones políticas y sociales de un país semicolonial, es necesario realizar una profunda crítica intelectual y política a las bases espirituales del pensamiento oficial de esa sociedad.


Revolución y Contrarrevolución

Caído el gobierno peronista, Jorge Abelardo Ramos publica, en 1957, “Revolución y contrarrevolución en la Argentina” que es una versión ampliada y corregida de esa historia argentina que había presentado en “América Latina: Un país”. Ramos modifica dos aspectos fundamentales con respecto a la versión original. Uno de ellos es el papel que José Gervasio Artigas jugó en la concepción federal de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Fueron Alberto Methol Ferré, el socialista uruguayo Vivian Trías y el gran historiador oriental Washington Reyes Abadíe quienes introdujeron la nueva apreciación de Ramos sobre el papel jugado por Artigas hasta su muerte en la selva paraguaya.

Los primeros capítulos del primer tomo de “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”, que lleva el título de “Las Masas y las Lanzas”, es una magistral interpretación de los momentos iniciales de las Provincias Unidas del Río de la Plata y del papel jugado por el mejor exponente del federalismo, el oriental José Gervasio Artigas. La presentación que hace de Artigas como un caudillo rioplatense cuyo programa político consistía en mantener la unidad del antiguo Virreinato y no como el creador del minúsculo estado del Uruguay tuvo también un efecto devastador en la concepción histórica vigente, tanto de cuño liberal mitrista, como del nacionalismo elitista. En la visión de Ramos, Artigas es el primero y más grande de los federales y su política se entronca con el proceso de modernización iniciado por los Borbones y los grandes políticos y pensadores fisiócratas españoles, que tuvo en las Cortes de Cádiz su más alta expresión transformadora. Otro aspecto esencial que actualiza Ramos en este libro es el del papel jugado por Julio Argentino Roca en la constitución del Estado nacional argentino, su representación social y el sentido de la federalización de la ciudad y el puerto de Buenos Aires en 1880. Contra el izquierdismo abstracto, el antiliberalismo de cuño clerical y la mistificación mitrista, Jorge Abelardo Ramos funda una interpretación, basada en el paradigma marxista, que emparenta a Roca y al roquismo con los movimientos populares que lograron la Independencia Americana, que resistieron la hegemonía de la burguesía comercial del puerto de Buenos Aires y que, con los soldados de un incipiente Ejército nacional, aplastaron el secesionismo porteño.

Con el brillo característico de su pluma, emparentada con la mejor literatura política argentina –Mariano Moreno, Juan José Castelli, Bernardo Monteagudo, Pedro De Angelis y hasta Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi- Revolución y Contrarrevolución en la Argentina” describe de manera singular el período que se inicia bajo la hegemonía personal del General Julio Argentino Roca en 1870, después de la guerra de la Triple Alianza, y que culmina en 1910 con su segunda presidencia. Con este libro Ramos establece la genealogía política del pueblo argentino y de su clase trabajadora. Y, por lo tanto, vislumbra e imagina cuál puede ser su desarrollo posible. “Revolución y Contrarrevolución” en la Argentina” fue un libro de consumo masivo, un libro que fue devorado por una generación de argentinos, entre 1958 y 1976 y permitió la comprensión del peronismo a amplios sectores juveniles de clase media, cuyos padres habían combatido contra él.


Historia de la Nación Latinoamericana

Hasta 1968 no publica nada de magnitud. En ese año logra publicar la otra parte de “América Latina: Un país”, esa parte que solamente estaba anunciada en el título: “Historia de la Nación Latinoamericana”. Este libro en dos tomos es –desde su sistema interpretativo- una obra única en el continente y con una trascendencia fundamental sobre el sistema de ideas latinoamericano. En esta obra Ramos muestra de qué manera el futuro de la unidad latinoamericana está signado por el inicio de su vida independiente. Incluso, sostiene, antes de la Independencia, las condiciones impuestas por la corona española sobre el Nuevo Mundo determinaban que la región debía ser una sola y gran Nación.

Abelardo Ramos analiza de qué manera ese proyecto originario que expresaban Artigas, Bolívar y San Martín fue deteriorándose y agonizando; qué intereses concurrieron para que el proyecto se fragmentase, para que esas grandes visiones continentales que caracterizan la prosa de Bolívar terminaran en pequeñas e impotentes repúblicas dotadas de todos los elementos formales que caracterizan al estado burgués, pero de ninguno de sus elementos constitutivos materiales, que actúan como estados burgueses, pero no tienen la base material para serlo y, por lo tanto, se convierten en correa de transmisión de las políticas imperiaistas. Pero además “Historia de la Nación Latinoamericana” abre una implacable crítica a dos terribles errores políticos que azotaron nuestro continente, con efectos perniciosos y letales: el “cubanismo” y el mito de la lucha armada.

Jorge Abelardo Ramos, en la “Historia de la Nación Latinoamericana”, da un debate profundo –ideológico y político- para intentar explicar y aclarar a las nuevas generaciones que la táctica guerrillera y el reduccionismo político de la lucha armada llevaban a toda una generación a un matadero sangriento. Las clases medias universitarias del continente, según el punto de vista de Ramos y de la Izquierda Nacional, idealizaron como un nuevo demiurgo histórico la figura del guerrillero. Es el guerrillero el que debe introducir en los campesinos la idea del levantamiento socialista y que, a través de su sacrificio, –heroico y desinteresado-, logra redimir al conjunto del género humano. Ésta es la ideología latente en este cubanismo que caracterizó a los años ’60 y que Ramos critica en la parte final de “Historia de la Nación Latinoamericana”. Y esta fue la ideología política que terminó en el proceso de las guerrillas campesinas y urbanas que tuvo lugar en los distintos países de América Latina, incluidos Argentina y Uruguay, durante los años 60 y parte de los 70.


Las Malvinas

La última gran batalla que dio Jorge Abelardo Ramos fue la que libró durante la Guerra de Malvinas, a partir del 2 de abril de 1982. También ahí cumplió un destacado papel, para el que estaba notablemente dotado, en el análisis y difusión propagandística de las características nacionales y legítimas de dicho enfrentamiento por la recuperación de territorio argentino en manos del Reino Unido. Posiblemente, uno de sus más destacados méritos de Abelardo Ramos como político haya sido su gran capacidad propagandística. Más allá de las reflexiones de Aurelio Narvaja, y del aporte que estas reflexiones hayan tenido en la elaboración del pensamiento básico de Jorge Abelardo Ramos, es evidente que lograron ser conocidas por su enorme capacidad literaria, propagandística y agitativa que permitió que trascendieran al pequeño cenáculo de iluminados trotskistas donde contribuyó a forjarlas.


Su influencia en Bolivia y Uruguay

Ramos desarrolló, además, una relación muy comprometida con dos países, además de la Argentina: con el Uruguay, con el que lo unían casi lazos de sangre, ya que su padre terminó viviendo en Montevideo, y él mismo se casó con una argentina de larga radicación en Montevideo, Fabriciana Carvallo, una joven intelectual, izquierdista, madre de sus dos hijos mayores. Fue tan rica su relación con el Uruguay que Methol Ferré sostiene –en el citado artículo- que Abelardo Ramos fue a Vivian Trías lo que Juan B. Justo (fundador del Partido Socialista argentino) fue a Emilio Frugoni (fundador del Partido Socialista uruguayo). Juan B. Justo fue el inspirador del pensamiento librecambista y unitario del socialismo uruguayo a través de Emilio Frugoni -su principal dirigente- y Ramos fue quien consolidó y dio forma al pensamiento político de Vivian Trías, que llegó a constituir una corriente de la Izquierda Nacional dentro del Partido Socialista del Uruguay.

El otro país con el que desarrolló un compromiso intelectual y político es Bolivia. Este país constituía un tópico común a todo el trotskismo de la época. La característica de la historia boliviana del siglo XX y el desarrollo de la industria minera, entre otros factores, hicieron que –curiosamente- el trotskismo tuviera en Bolivia un desarrollo obrero muy importante. Fue el trotskismo la fuerza que organizó los sindicatos mineros, y tuvo un gran éxito político no sólo entre los trabajadores mineros, sino también en el campesinado. Para los jóvenes trotskistas de los años 40 el viaje a Bolivia era un viaje iniciático. La mina Siglo XX, la mina Catavi, el silencioso descenso al socavón constituyeron la meca de una generación de revolucionarios. El establecimiento de una serie de conexiones políticas entre Ramos y varios intelectuales y políticos bolivianos dio origen a su relación con Sergio Almaraz Paz y posteriormente con quien es su discípulo más afamado y exitoso, el ex Ministro de Hidrocarburos del gobierno de Evo Morales, Andrés Soliz Rada: un periodista y abogador formado personalmente por Sergio Almaraz Paz, por Jorge Abelardo Ramos y por otro trotskista argentino que buscó refugio en Bolivia -país al cual le prestó importantísimos y patrióticos servicios- que se llamó Adolfo Perelman. Sobre estos dos países, Jorge Abelardo Ramos tenía un punto de vista muy claro, conocía en profundidad esas dos sociedades e influyó en el debate político interno. La polémica que mantuvo en los años ’70 con el secretario general del trotskista POR -Partido Obrero Revolucionario- Guillermo Lora es histórica, y ha tenido una muy grande trascendencia política en el debate interno de Bolivia.


Fundador de partidos
Fue la lucha pública y personal que llevó adelante Ramos, contra todas las fuerzas de la reacción, de derecha a izquierda, la razón por la cual esas ideas salieron de la catacumba a la calle. Tuvo una gran capacidad para nuclear a miles de argentinos, provenientes de distintas extracciones políticas, alrededor de él, vinculados a él, y que tenían, como base general de pensamiento las ideas que aquí se han expuesto. En 1964, junto a Jorge Enea Spilimbergo, otro destacado intelectual político de la Izquierda Nacional, y un pequeño grupo de militantes socialistas y de origen peronista, funda el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN).

En 1970 la Agrupación Universitaria Nacional (AUN), sostenida por el PSIN, logra la conducción de la Federación Universitaria Argentina, en alianza con organizaciones reformistas en pleno proceso de acercamiento a las ideas nacionales.

Desde el PSIN, que logra crear filiales en gran parte del país, funda, en 1971 el Frente de Izquierda Popular (FIP) que logra un enorme crecimiento. En las elecciones de septiembre de 1973, el FIP lleva en su boleta presidencial la fórmula Juan Domingo Perón – Isabel Perón y logra 700.000 votos para su boleta, independiente del poderoso partido Justicialista.

Ramos fue un político extraordinario, de una enorme capacidad mediática -por lo menos en los términos en que los medios se manejaban en la época en que él vivió-. Disponía de una admirable capacidad para penetrar el muro de aislamiento e indiferencia con que el régimen lo proscribía, una enorme creatividad para elaborar síntesis extraordinarias –especie de epigramas- que cerraban toda discusión posible.

En 1982, a pocos días de la reconquista de las Islas Malvinas, le dice al general Iglesias, secretario de la Junta Militar, en una reunión pública con los presidentes de los partidos políticos: “Muy bien, General. Hemos echado al inglés. Sería bueno que ahora echemos al Alemán”. Roberto Aleman era el ultraliberal ministro de Economía de la Junta, representante de los intereses financieros suizos en la Argentina. Esta capacidad para encontrar el chiste, la réplica, el retruécano, la síntesis, esta capacidad de decir la última palabra, eran algunos de sus grandes atributos como político.

Ramos fue uno de los oradores más extraordinarios de la política argentina de la segunda mitad del siglo XX. La presentación verbal que hacía de la historia y de la política daba, a sus oyentes, la sensación de estar viendo una superproducción de cine: se veían pasar los ejércitos de desarrapados criollos que iban a combatir a atildados oficiales españoles, se veía cabalgar a las montoneras federales, flameando el rojo pabellón empolvado por mil batallas, se veía a los inmigrantes, con el miserable atadito de sus pertenencias, llegando al puerto de Buenos Aires. Se veía desfilar todo lo que su enorme capacidad retórica describía, dejando impregnadas para siempre, en el cerebro de sus oyentes, estas imágenes que él dibujaba verbalmente.

Sus últimos años se caracterizaron por el apoyo a un gobierno que realizaba el programa opuesto al que había sostenido toda su vida y aceptó ser embajador del gobierno de Carlos Menem, en México, cargo que ejerció hasta 1992. La última organización política que presidió se llamó Movimiento Patriótico de Liberación (MPL) que, en medio de una profunda crisis, se disolvió en 1994 para integrarse al peronismo. La muerte impidió que Ramos pudiese también integrarse al peronismo.


Su legado

Su legado en la tradición política argentina y latinoamericana puede sintetizarse en los siguientes puntos: - La interpretación de los movimientos nacionales y su relación con el desarrollo de las sociedades semicoloniales y su crítica, por lo tanto, al sistema de los partidos tradicionales. - Su análisis sobre el papel del caudillo como sintetizador de los distintos elementos sociales, políticos y culturales, que componen al movimiento nacional antiimperialista.

Su interpretación del doble papel que juegan los ejércitos en el mundo semicolonial.

El papel bifronte de las clases medias, de las cuales los ejércitos no son sino una parte, tanto en la revolución, como en las contrarrevoluciones; esas clases medias, colonizadas ideológica y mentalmente por el imperialismo y las oligarquías, a su vez, constituyen una de las fuerzas sociales fundamentales para la convergencia en el gran movimiento nacional liberador.

En este punto Ramos critica al progresismo abstracto y a su falso democratismo por cumplir un papel desorientador de las aspiraciones de estas clases medias, como artilugio intelectual que los lleva a un camino sin salida, y con el que evitan enfrentar la verdadera solución, que para Ramos es la revolución nacional latinoamericana en marcha al socialismo.

Y, por último su concepción de la unidad latinoamericana tal y como hoy se está estructurando, alrededor del Mercosur y en la política del presidente de Venezuela, Hugo Chávez.

Libros
América Latina, un país
Crisis y Resurrección de la Literatura Argentina
Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, cinco tomos
Ejército y Semicolonia
Historia del stalinismo en la Argentina
Historia de la Nación Latinoamericana, dos tomos
El marxismo de Indias
Adios al Coronel
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