Martín Fierro I

de José Hernández

Aquí me pongo a cantar


al compás de la vigüela,


que el hombre que lo desvela


una pena estrordinaria


como la ave solitaria


con el cantar se consuela.








Pido a los santos del cielo


que ayuden mi pensamiento:


les pido en este momento


que voy a cantar mi historia


me refresquen la memoria


y aclaren mi entendimiento.








Vengan santos milagrosos,


vengan todos en mi ayuda,


que la lengua se me añuda


y se me turba la vista;


pido a mi Dios que me asista


en una ocasión tan ruda.








Yo he visto muchos cantores,


con famas bien otenidas,


y que después de alquiridas


no las quieren sustentar.


Parece que sin largar


se cansaron en partidas.








Mas ande otro criollo pasa


Martín Fierro ha de pasar;


nada lo hace recular


ni las fantasmas lo espantan,


y dende que todos cantan


yo también quiero cantar.








Cantando me he de morir,


cantando me han de enterrar,


y cantando he de llegar


al pie del Eterno Padre;


dende el vientre de mi madre


vine a este mundo a cantar.








Que no se trabe mi lengua


ni me falte la palabra;


el cantar mi gloria labra


y, poniéndome a cantar,


cantando me han de encontrar


aunque la tierra se abra.








Me siento en el plan de un bajo


a cantar un argumento;


como si soplara el viento


hago tiritar los pastos.


Con oros, copas y bastos


juega allí mi pensamiento.








Yo no soy cantor letrao,


mas si me pongo a cantar


no tengo cuándo acabar


y me envejezco cantando:


las coplas me van brotando


como agua de manantial.








Con la guitarra en la mano


ni las moscas se me arriman;


naides me pone el pie encima,


y, cuando el pecho se entona,


hago gemir a la prima


y llorar a la bordona.








Yo soy toro en mi rodeo


y torazo en rodeo ajeno;


siempre me tuve por güeno


y si me quieren probar,


salgan otros a cantar


y veremos quién es menos.








No me hago al lao de la güeya


aunque vengan degollando;


con los blandos yo soy blando


y soy duro con los duros,


y ninguno en un apuro


me ha visto andar tutubiando.








En el peligro, ¡qué Cristo!


el corazón se me enancha,


pues toda la tierra es cancha,


y de eso naides se asombre:


el que se tiene por hombre


donde quiera hace pata ancha.








Soy gaucho, y entiéndanló


como mi lengua lo esplica:


para mí la tierra es chica


y pudiera ser mayor;


ni la víbora me pica


ni quema mi frente el sol.








Nací como nace el peje


en el fondo de la mar;


naides me puede quitar


aquello que Dios me dio:


lo que al mundo truje yo


del mundo lo he de llevar.








Mi gloria es vivir tan libre


como el pájaro del cielo;


no hago nido en este suelo


ande hay tanto que sufrir,


y naides me ha de seguir


cuando yo remuento el vuelo.








Yo no tengo en el amor


quien me venga con querellas,


como esas aves tan bellas


que saltan de rama en rama,


yo hago en el trébol mi cama,


y me cubren las estrellas.








Y sepan cuantos escuchan


de mis penas el relato,


que nunca peleo ni mato


sino por necesidá,


y que a tanta alversidá


sólo me arrojó el mal trato.








Y atiendan la relación


que hace un gaucho perseguido,


que padre y marido ha sido


empeñoso y diligente,


y sin embargo la gente


lo tiene por un bandido.
Búsqueda personalizada