Dávalos

JUAN CARLOS DÁVALOS


Nació en Salta en el año 1887.

Según afirma el poeta Walter Adet en su muestra de poetas y prosistas salteños, sus primeros poemas datan de 1901.

Publicó en Poesía, los libros “De mi vida y de mi tierra”; “Cantos agrestes”; “Cantos a la montaña”; “Otoño”; “Salta, su alma y sus paisajes”; “Antología poética”; “Últimos versos” y “El momento político en verso”.

En prosa: “Don Juan de Viniegra Herze” (teatro); “El viento blanco” (cuentos); “Los casos del zorro”; “Airampo”; “Salta”; “Aguila renga” (teatro); “Los gauchos”; “Relatos lugareños”, “Los buscadores de oro”; “La tierra en armas” (teatro); “Los valles de Cachi y Molinos”, “La venus de los barriales; “Estampas lugareñas”; “Ensayos biológicos, y “Cuentos y relatos del Norte argentino”.

En 1938 con el libro “Los valles de Cachi y Molinos”, obtuvo el Primer Premio Regional de Folklore del NOA, organizado por la Dirección General de Cultura de la Nación.

El Senado Nacional publicó un volumen con sus obras completas y sus nietos realizaron reediciones de sus obras completas.

Falleció el 6 de noviembre de 1959.

Lectura recomendad

Cuento: La creciente

Poemas:

Beber solo bajo la luna(Paráfrasis de Li Po)



Al pie del grave sauce que en mi jardín medita,

junto al arroyo claro, entre matas de flores,

brindo vino a la luna que aguarda ya mi cita,

y contando mi sombra somos tres bebedores.



Mas la luna, comprendo, mi invitación desdeña;

¿ni cómo haré que beba la tonta sombra mía?

¡Ay!, en buscar amigos mi corazón de empeña,

hoy, que la primavera desborda en mi alegría.



Canto, la luna irónica mueve su calavera;

danzo mi sombra móvil se prolonga en sigilo;

y así bebemos juntos hasta que el vino opera



y cada cual, ya ebrio, se va a dormir tranquilo.

Somos un trío eterno que un día en otra esfera

a danzar volveremos en impecable estilo.

(Antología poética)


LA MUERTE DEL TORO:


LA VOLTEADA

Muge plantado en actitud bravía,
ceñido el lazo del testud adusto,
y terco afronta con empaque augusto
el asalto voraz de la jauría

Hinca, dócil al puño que lo guía
el duro casco el alazán robusto,
y piafa lleno de sudor y susto
de la cinchada en la mortal porfía

Y cuando el toro enceguecido y fiero
brotando espuma de repente arranca
y la embestida poderosa cierra

Se cimbra el lazo sobre el bramadero
y entre una densa polvareda blanca
el cuerpo cae reciamente en tierra


LA MUERTE

Y yace el bruto en la postura inerte
con que el hombre mañoso lo invalida,
la carne de cansancio estremecida,
y al fin tumbado el epinazo fuerte

Nadie el espanto y el dolor advierte
de la negra pupila entristecida,
donde tiembla la fuerza de la vida
con la oscura zozobra de la muerte.

¡Después, el estertor, el hondo tajo!
El hombre indiferente en su trabajo
limpia el puñal en la cerviz del toro.

La sangre por la herida borbotea,
y un escuálido perro saborea
el caudal rojo de vislumbres de oro

Agosto 1916



LA LEYENDA DEL COQUENA

Cazando vicuñas anduve en los cerros.
Heridas de bala se escaparon dos.
-No caces vicuñas con arma de fuego,
Coquena se enoja - me dijo un pastor.

- ¿Por qué no pillarlas a la usanza vieja,
cercando la hoyada con hilo punzó?
¿Para qué matarlas, si sólo codicias
para tus vestidos el fino vellón?

-No caces vicuñas con arma de fuego,
Coquena las venga, te lo digo yo.

¿No viste en las mansas pupilas oscuras
brillar la serena mirada del dios?

-¿Tú viste a Coquena?
-Yo nunca lo vide,
pero sí mi agüelo - repuso el pastor;-
una vez oíle silbar solamente,
y en unos tolares, como a la oración.

Coquena es enano; de vicuña lleva
sombrero, escarpines, casaca y calzón;
gasta diminutas ojotas de duende,
y diz que es de cholo la cara del dios.

De todo ganado que pace en los cerros,
Coquena es oculto, celoso pastor;
si ves a lo lejos moverse las tropas,
es porque invisible las arrea el dios.

Y es él quien se roba de noche las llamas
cuando con exceso las carga el patrón.

En unos sayales, encima del cerro,
guardando sus cabras andaba el pasto;
zumbaba en los iros el gárrulo viento,
rajaba las piedras la fuerza del sol.

De allende las cumbres de nieves eternas,
venir los nublados miraba el pastor;
después la neblina cubrió todo el valle,
subió por las faldas y el cerro tapó...

Huyó por los filos el hato disperso,
y a gritos, en vano, lo llama el pastor.
La noche le toma sentado en cuclillas,
y un sueño profundo sus ojos cerró.


Cuando el alba tiñe - limpiando los cielos-
de rosa las abras, despierta el pastor.
Junto a él, a trueque del hato perdido,
Coquena, de oro le puso un zurrón.

No más en los cerros guardando sus cabras,
las gentes del valle vieron al pastor;
Coquena dispuso que fuese muy rico.
Tal premia a los buenos pastores el dios.
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